Revisa a continuación la columna de opinión del presidente de la UDI, Javier Macaya, en El Mercurio:

La preocupación por el proceso constitucional y sus resultados trasciende hoy a quienes estuvimos por el rechazo a la Convención, que éramos exclusivamente de un sector político, que como será recordado, también fue dividido en el plebiscito de entrada a la constituyente.

En la forma, hemos visto a una mayoría arrogarse el monopolio del debate constitucional; el rechazo, casi sin previa discusión, a iniciativas ciudadanas que contaron con alta adhesión. El desprecio a la opinión especializada y a la evidencia. Y el sectarismo y la voluntad expresa de excluir a quienes no comparten determinadas visiones, como nadie de nuestra generación vio nunca en Chile.

El clivaje tradicional izquierda versus derecha fue superado por los acontecimientos para situarse nítidamente en el de democracia versus autoritarismo. Esa es la razón por la que personalidades que históricamente se han situado en la izquierda del espectro político y que, por ejemplo, en la última elección votaron por el actual Presidente Boric, comiencen a manifestar preocupación con el desempeño de la Convención.

La mayor preocupación es, evidentemente, por las definiciones de fondo. Lo escrito ya en la Constitución que se propondrá al país dentro de algunos meses está desmantelando nuestra institucionalidad y debilitando la democracia, para convertirla en un juego de poder sin contrapesos. La persona humana deja de ser el centro de la acción del Estado y hay severas restricciones a las libertades. Y va amarrando de manos a la mayoría de los chilenos en su legítimo derecho a emprender, a resguardar el fruto de su esfuerzo, a progresar.

Conocemos las experiencias de constituciones concebidas como instrumentos ideológicos de una izquierda radical y autoritaria. América Latina, lamentablemente, está cruzada por sus resultados en los últimos veinte años: populismo, intromisión de gobiernos en otros poderes del Estado, asfixia a las libertades, y, finalmente, miseria y la desesperanza de millones de familias que han visto a sus hijos emigrar.

El Presidente Gabriel Boric arriesgó su proyección política firmando el Acuerdo del 15 de noviembre de 2019, que dio vida al proceso constitucional. Es, al mismo tiempo, el líder de la coalición que reúne a las dos principales fuerzas políticas de la Convención, el Frente Amplio y el Partido Comunista. Por eso recogemos con especial interés sus palabras la noche del 11 de marzo, cuando desde el balcón de La Moneda expresó su deseo por “…una Constitución que nos una, que sintamos como propia…”.

Más allá de los lugares comunes que reiteran las nuevas autoridades, el corazón político del Gobierno y el propio mandatario saben que no son meros espectadores. Que tienen una responsabilidad histórica ineludible como principales impulsores de una nueva Constitución. No es la intromisión indebida en una institución temporal y para una tarea única la que se espera del mandatario, sino su comprensión de lo que está en juego, ya no para un período presidencial, sino para las siguientes décadas.

El legado del actual gobierno estará ineludiblemente unido al proceso constitucional. En lo electoral, sin duda un triunfo del Rechazo en el plebiscito de salida o una aprobación significativamente menor a la abrumadora mayoría que estuvo por una nueva Constitución sería un fracaso. Y en su proyección histórica, dejaría a este mandato presidencial como el que puso en marcha una Carta Fundamental que contradice el sentido común, como el punto de partida de un retroceso en todos los sentidos para nuestro país y con consecuencias para todos los chilenos, sin excepción.

No pueden quedarse en un cómodo margen. Salvo, claro está, que el proyecto político que encabeza Boric coincida con una Constitución que aspira a refundar el país y a nuestra democracia, que confunde el anhelo de potenciar a las regiones con separatismo. Una que, en una particular visión de los derechos fundamentales, garantiza el derecho a abortar sin límites durante toda la gestación. Y una Constitución que nos divide en reiteradas categorías, que distingue, al final del día, entre buenos y malos.

Es hora ya de darle a la política su sentido más profundo.

Javier Macaya Danús
Senador y Presidente Unión Demócrata Independiente